jueves, 16 de octubre de 2008

Desconocido


Una tarde, a la hora incierta en la que Martín tomaba su vaso de whisky esperando que se hiciera de noche, llegó hasta la misma puerta de la casa un Mercedes azul, último modelo, un auto de aspecto tan poderoso y opulento, con el motor ronroneando bajo, que se hacía difícil imaginarlo deslizándose a la velocidad de un gusano por esa huella espiralada que subía hasta su casa: después del taxi que los había traído desde la terminal de ómnibus el día que llegaron, era el primer auto que subía hasta este punto (por el otro lado, por el "pueblito", se subía mucho más alto, casi hasta la cima). Un solo personaje venía adentro, el conductor; el auto frenado, el motor apagado, no soltaba las manos del volante, y se inclinaba a mirar de soslayo, pero con una especie de impudicia malévola, en dirección a Martín, sentado sumamente incómodo en ese momento en su reposera. La cara tenía algo de idiota. Habrán estado unos quince segundos en esa impasse. Al fin, el desconocido se bajó y dio la vuelta al auto, en dirección a la escalera de la galería. Era un hombre de unos cuarenta años, extraordinariamente apuesto y vestido con la mayor elegancia —lo que no impedía que algo muy desagradable se desprendiera de su presencia.

César Aira ( fragmento de la novela Embalse)

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