sábado, 8 de mayo de 2010

jueves, 6 de mayo de 2010

miércoles, 5 de mayo de 2010

Postales de la guerra

Si Imágenes afganas contara una novela, sería una de esas descendientes de Beckett: una novela inmovilista, donde la acción es incapaz de realizarse, los personajes están mal vestidos y necesitan inmediatamente un par de sesiones terapéuticas.

Imágenes afganas es uno de esos libros que transcurren en la cárcel. En una cárcel espiritual, si es posible hablar de espíritu, mental o cárcel ideológica. La dinámica de los poemas(o su falta de dinámica) es esa: la de una voz que los enuncia desde el interior de su departamento.

Y si no hay acción quedan una serie de rituales, hechos repetidos, fotografías del estrecho espacio que marcan las cuatros paredes. Lo que la voz enuncia es su de departamento de estudiante humanista: los libros, la guitarra, las citas sueltas que acuden a su mente, la mitología del estudiante de izquierda hecha carne.

La mirada es política, nunca es inocente, está siempre atenta a la guerra del mundo. Como cuando dice que “el dólar se cotiza en pizarras militares”. Eso es ver guerra en el mundo. O como cuando dice: “Compartimos un alplax antes de la rendición”.

Por eso también es un libro de guerra, pero que no habla de la guerra; sino de lo que la guerra deja detrás de él, de las consecuencias biológicas de la batalla.

La historia del protagonista o de la voz de Imágenes afganas es la del que prefiere no hacerlo. No hacer nada. Prefiere mirar la guitarra contra la pared y escuchar los interminables monólogos de su novia. Prefiere dejar que el pensamiento suplante a la acción, prefiere no salir. Afuera está la gente. Los mutantes de la guerra.

Por eso es primo de los personajes de Gambarotta, sobre todo del personaje de Pseudo, un desplazado político que se sumerge en las bañeras y mira sus pelotas flotar y hace té y piensa en la comunidad china, en los nombres y sobrenombres chinos. El que no necesita ir a trabajar y se pasea en calzoncillos por una casa llena de ceniceros.

Y el que habla en estos poemas, también es un universitario que cada tanto tiene que meter a Platón y a una compilación de colonias en el mismo estante o decir cosas como: “ Si David Linch pudiera sería montonero”. Mira una película mala y piensa eso es la realidad: una mala película doblada al castellano, con los restos de los ochenta colgados como banderines de la pared.

En este sentido, es más importante la mirada que el mensaje de los poemas. La mirada como un rifle.

Son poemas políticos, pero no políticos para levantar minitas, como los poemas de Gelman. Depositan la fuerza en el procedimiento, en la destrucción de la música y en las descripciones con metáforas gronchas de las glorias de una revolución, que nunca, nunca, nunca va a alcanzarse.

Luciano Lamberti ( texto leído durante la presentación del libro)