Matilde me dijo: “Quiero ver una película de amor pero que tenga final feliz”. Fuimos hasta el videoclub y empezamos la búsqueda, especialmente en la sección de clásicos.
Pensé en un momento en “Annie Hall”; luego decidí desecharla porque en Woody Allen prima una visión escéptica sobre las relaciones de pareja.
“Veamos Átame de Almodóvar” le propuse; pero Matilde me indico algo bastante acertado: “No quiero nada perverso”.
Todo comenzaba a derrumbarse para ambos : el mal parecía triunfar una vez más.
Los finales felices no entran en la cabeza de los cineastas modernos.
Matilde se acercó a uno de los estantes y tomó el box de “Casablanca”, aceptando la tristeza como único destino de los espectadores.
“Compremos unos chocolates” le dije antes de llegar a casa.
El final feliz lo empezamos a escribir entre los dos.
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